Autor: Alfredo Enrione – Director del Centro de Gobierno Corporativo y Sociedad
“¿Podríamos revisar los supuestos detrás de estas proyecciones?” “¿Hemos considerado escenarios alternativos?” “¿Qué ocurriría si estas tendencias cambian?”
Mientras formulaba estas preguntas, observé cómo sutiles miradas de frustración se intercambiaban alrededor de la mesa. El mensaje silencioso era claro: “Ahí va de nuevo, retrasando todo”. Al finalizar, el presidente del directorio me agradeció con educada frialdad, dejando entrever que mis cuestionamientos habían “extendido innecesariamente” la reunión.
Tres meses después, los supuestos no cuestionados se desmoronaron, obligando a una costosa reestructuración de la estrategia. Nadie recordó las preguntas incómodas que pudieron haberlo evitado.
El valor invisible del cuestionamiento persistente
El “director preguntón” —aquel que constantemente formula interrogantes incómodas, cuestiona supuestos y solicita clarificaciones— enfrenta una paradoja: aunque su valor es incalculable, frecuentemente es percibido como un obstáculo para la eficiencia y el consenso.
En América Latina, donde la armonía social y el respeto a la jerarquía son valores culturales profundamente arraigados, esta figura enfrenta desafíos particulares:
- Confusión entre cuestionamiento y confrontación: Preguntar persistentemente se interpreta como desafío personal, no como rigor analítico.
- Presión hacia el falso consenso: La expectativa cultural de “unidad” y relaciones armoniosas penaliza a quien expone grietas en el razonamiento colectivo.
- Eficiencia mal entendida: Reuniones rápidas sin debate profundo se celebran como “eficientes”, aunque produzcan decisiones superficiales.
- Incomodidad con la incertidumbre: Las preguntas que exponen áreas grises generan ansiedad en culturas empresariales que prefieren certezas simplificadas.
Un estudio de McKinsey reveló que directorios con al menos un “cuestionador sistemático” identifican 32% más riesgos estratégicos y evitan 41% más decisiones fallidas que aquellos donde prevalece la unanimidad cómoda.
Transformando al “obstáculo” en activo estratégico
Para convertir el cuestionamiento de “molestia necesaria” a “ventaja competitiva”:
- Institucionalizar el rol del cuestionador: Designar rotativamente un “abogado del diablo” en cada sesión Evaluar la calidad de las preguntas, no solo las respuestas Celebrar ejemplos donde el cuestionamiento evitó errores costosos
- Reformular el concepto de eficiencia: Medir el éxito de las reuniones por la profundidad del análisis, no su brevedad Establecer tiempo protegido para preguntas fundamentales Documentar interrogantes no resueltas para seguimiento
- Desarrollar un lenguaje de cuestionamiento constructivo: Enmarcar preguntas como contribuciones: “Para fortalecer esta propuesta, necesitamos clarificar…” Separar el cuestionamiento de las ideas del cuestionamiento a las personas Cultivar frases como “Mi pregunta busca fortalecer nuestra decisión, no obstaculizarla”
La perspectiva latinoamericana: Cuestionamiento con respeto
En nuestro contexto regional, donde las relaciones armoniosas son altamente valoradas, el desafío no es importar estilos confrontacionales, sino desarrollar un modelo de cuestionamiento que mantenga el respeto y la cohesión mientras profundiza el análisis.
Algunas multilatina con las que he trabajado han logrado este equilibrio mediante protocolos que legitiman el cuestionamiento como servicio al colectivo, no como desafío individual.
Para reflexionar:
- ¿En su último directorio, cuántas preguntas verdaderamente incómodas se plantearon?
- ¿Existe algún director al que sutilmente se desanima de “preguntar demasiado”?
- ¿Se celebra a quienes cuestionan o meramente se les tolera?
La próxima vez que sienta impaciencia ante el “director preguntón”, recuerde: ese incansable cuestionador podría estar salvando a su empresa de un costoso error que nadie más ha detectado.
P.D.: Las preguntas que más incomodan en el momento suelen ser las más valoradas en retrospectiva.